Hay fechas que no se borran. No se discuten, no se matizan, no se explican con retórica barata. Son fechas que se clavan en la memoria de los que estuvieron allí y en la conciencia de los que deberían recordarlas. El 4 de abril de 2004, en Nayaf, Irak, es una de esas.
Hasta entonces, muchos en España jugaban a las palabras. Se hablaba de misión de reconstrucción, de apoyo humanitario, de presencia amistosa. Se adornaban las órdenes con eufemismos. Pero aquel día, bajo un sol despiadado y en las calles polvorientas de una ciudad hostil, los soldados españoles descubrieron lo que todos los ejércitos saben desde hace siglos: que, cuando alguien decide apretar el gatillo contra ti, se acabaron las teorías.
La emboscada del silencio
La base “Al Andalus” se convirtió en el epicentro de un huracán. Grupos armados, invisibles un minuto antes, surgieron de las casas, de las azoteas, de las callejuelas. La ciudad se encendió de balas, de morteros improvisados, de gritos que no entendían traducción. Los hombres de la Brigada Plus Ultra y sus compañeros salvadoreños quedaron rodeados, aislados en un lugar donde el enemigo parecía multiplicarse.
Muchos eran soldados jóvenes, acostumbrados a misiones de paz en Bosnia o Kosovo, a vigilar más que a combatir. Ese día, todo cambió. Se vieron sitiados, con la muerte rozándoles cada segundo. Y, en lugar de huir, resistieron.
El precio del deber
El 4 de abril tuvo un precio. Hubo muertos, hubo heridos, hubo miradas que nunca se borrarán de la memoria de quienes las compartieron. Porque no hay manual que te enseñe a ver caer a un compañero. No hay instrucción que prepare para la certeza de que puedes ser el siguiente.
Ese día, soldados españoles se ganaron el respeto eterno de quienes saben lo que significa estar en el lado equivocado de un fusil. Allí aprendieron que la lealtad se mide en segundos, que la hermandad se forja bajo fuego real, que cumplir la misión no es una consigna: es sobrevivir juntos.
La verdad incómoda
Nayaf destrozó un espejismo. Mostró que España no estaba en Irak solo para repartir ayuda. Estaba en medio de un tablero complejo, hostil, sangriento. Los políticos en Madrid discutían de matices; allí, en cambio, las decisiones eran de vida o muerte. Mientras en los despachos se jugaba a las palabras, en las calles de Nayaf se jugaba a resistir.
El eco que no cesa
Quienes estuvieron allí cargan desde entonces con ese 4 de abril. Muchos callan. Otros lo cuentan con frases cortas, sin adornos. Pero todos lo llevan dentro. La memoria de Nayaf no está en los libros de historia, sino en las noches de insomnio, en los silencios de sobremesa, en el respeto tácito de quienes saben lo que significa cumplir cuando todo está perdido.
Más allá del uniforme
El 4 de abril también tocó al Centro Nacional de Inteligencia. Hombres y mujeres sin rostro público, que compartieron riesgos en aquella tierra hostil. Ellos también estuvieron, también pusieron el cuerpo, también pagaron un precio alto que casi nunca se menciona. Y, sin embargo, su esfuerzo forma parte inseparable de aquel día.
Permanecer en pie
Aquel 4 de abril no fue un triunfo ni una derrota. Fue otra cosa más importante: la prueba de que, incluso en la peor de las circunstancias, los soldados españoles supieron estar a la altura. Rodeados, superados, aislados, resistieron.
No lo hicieron por política, ni por gloria, ni por titulares. Lo hicieron porque era su deber. Porque eso es lo que significa servir: cumplir aunque duela, resistir aunque parezca imposible.
Y por eso, veintiún años después, la memoria de Nayaf sigue siendo lapidaria, incómoda, pero imprescindible.
Desde Honor y Valores queremos rendir homenaje a aquel 4 de abril de 2004, día grabado a fuego en la memoria del Ejército Español. A todos los que resistieron en Nayaf, a los que regresaron con cicatrices invisibles y, sobre todo, a los que no volvieron. Nuestro recuerdo se detiene también en silencio ante los hombres y mujeres del CNI, cuya entrega sin rostro y cuyo sacrificio sin aplausos fueron tan necesarios como heroicos. Porque la memoria no es muerte: es presencia, es gratitud, es justicia. Y mientras alguien pronuncie sus nombres, seguirán vivos entre nosotros.
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