“Gema Nogales: Vocación, Bandera y Vida”

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Gema Nogales deja atrás su Extremadura de encinas y horizontes anchos para abrazar un destino que no entiende de comodidades: la enfermería por vocación. No la mueven las promesas de dinero ni de prestigio, sino una certeza íntima y feroz: ha nacido para cuidar, para sostener al ser humano en su fragilidad más cruda. Con la nostalgia de su tierra colgada del alma, camina hacia Madrid como quien marcha a un frente desconocido, consciente de que el sacrificio personal es el precio de vivir fiel a ese juramento invisible.


El Hospital HM Puerta del Sur, en la Unidad de Donación, es su escenario de batalla. Allí, la vida y la muerte se cruzan como duelistas que no admiten testigos ingenuos. Y en medio de ese duelo, cada gesto suyo —una caricia, una palabra, una mirada firme— se convierte en un acto de resistencia contra la deshumanización. Porque ser enfermera no es solo vigilar monitores ni colocar vías: es custodiar la dignidad de los que ya no pueden defenderse. Y en eso, Gema se mantiene firme, erguida, incansable.

Cuando la pandemia golpea, la vocación se mide con sangre, sudor y silencio. El Covid convierte cada turno en una trinchera donde se libra la guerra por el aire y por la esperanza. Con la mascarilla marcada en el rostro, los guantes desgarrándole la piel y el cansancio hundido en los huesos, Gema sigue. No hay rendición posible. La vocación no se negocia: se vive. Mientras el mundo se esconde tras balcones, ella permanece en los pasillos del hospital, plantando cara al miedo, acompañando a quienes se enfrentan solos a la oscuridad.


Después del Covid, la sociedad ya no mira igual a los enfermeros. Donde antes había indiferencia, ahora hay respeto, aunque breve, aunque frágil. Los aplausos de los balcones suenan todavía como un eco, recordando que sin enfermeras la vida se derrumba. Gema recibe ese reconocimiento con orgullo y con dolor: orgullo por haber estado donde debía; dolor por saber que ha costado demasiadas vidas. Pero su mirada sigue siendo la misma: clara, decidida, convencida de estar exactamente en el lugar que le corresponde.


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No habrá estatuas con su nombre ni titulares brillantes. Su legado vive en los pacientes que respiran gracias a una donación, en las familias que vuelven a sonreír, en las manos que no se sueltan. Su historia no pertenece a la gloria ruidosa, sino a la épica silenciosa de la vocación. Desde su Extremadura hasta Madrid, Gema Nogales escribe cada día una batalla discreta contra el olvido. Su bandera es la humanidad, y bajo esa bandera sigue en pie, firme, en un mundo que aún aprende a comprender lo que significa cuidar.


Y ahora, entrevistaremos a quien no necesita presentaciones, porque su nombre ya se pronuncia con el respeto reservado a quienes sostienen la vida con sus propias manos.
A la mujer que deja atrás su tierra para vestir cada día la armadura blanca de la enfermería.
A quien planta cara al dolor y lo mira de frente sin retroceder.
Hoy hablamos con Gema Nogales, la enfermera que convierte cada turno en un acto de resistencia y cada gesto en una victoria silenciosa.
La voz que encarna la vocación en estado puro, cuando la vocación significa entregar la vida al otro sin esperar nada a cambio. 


1. ¿Cuál fue el momento más desgarrador que viviste durante la pandemia, ese que todavía no has podido borrar de tu memoria?


— El fallecimiento de mi madre. Gente falleció por el COVID, y otros porque no pudieron llegar a sus tratamientos. En este caso, mi madre.


2. ¿Hubo un día en que pensaste seriamente en dejar la profesión por la presión y el sufrimiento que viste?


— En esos momentos no eres consciente de nada, sólo quieres ayudar y ser útil en todo lo que se te requiera. No, nunca lo pensé.


3. ¿Sentiste que el sistema sanitario os abandonó, que estabais solos luchando contra algo imposible?


— Sí. Fueron momentos tan duros que hasta los propios profesionales sentían miedo dentro de tanto caos e inseguridad por la falta de materiales necesarios.


4. ¿Cómo gestionabas tener que consolar a familias por teléfono cuando ni siquiera podían despedirse de sus seres queridos?


— Momentos que no me hubiera gustado gestionar. Sólo se empatiza y, sobre todo, se escucha, se consuela. Sólo había rabia y desasosiego.


5. ¿Qué impacto físico y emocional tuvo en ti trabajar con turnos interminables y con miedo a contagiar a tu propia familia?


— Mentalmente… ¿cómo te imaginas levantarte todas las mañanas sin saber qué te vas a encontrar? Era una guerra sanitaria. Nadie nos ha enseñado a vivirla así de cerca, tan de lleno. Impotencia, desgaste y descontrol viví en mi propia piel.


6. ¿Recuerdas la primera vez que viste morir a un paciente de COVID sin poder hacer nada más por él? ¿Qué pasó por tu cabeza?


— Claro que lo recuerdo. Quisiera tener el poder de sanar en mis manos, pero la realidad es que soy sólo una simple enfermera.


7. ¿Llegaste a sentir rabia o impotencia al ver cómo fuera del hospital la gente no cumplía las normas mientras dentro la muerte era constante?


— Mucha, no te lo puedes imaginar. Pero ya sabemos que cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre, y pensamos distinto.


8. ¿Qué huella psicológica te ha dejado esta experiencia? ¿Has necesitado ayuda profesional para poder seguir adelante?


— Claro que he necesitado ayuda psicológica. No somos de hierro. La mente necesita sanar, y si tú no sanas tu mente, es complicado poder sanar la de los demás.


9. ¿Qué opinas de los aplausos de las ocho de la tarde? ¿Eran un alivio o una forma de tapar el sufrimiento real que estabais viviendo?


— Al principio, los aplausos nos decían “estamos con vosotros, acompañamiento”. Pero pasaban los días… y esos aplausos se hacían tan largos y con poco entusiasmo, por mi parte y la de todos mis compañeros.



10. Después de todo lo vivido, ¿si volvieras atrás elegirías otra vez ser enfermera o el COVID te cambió para siempre la visión de tu vocación?


— Soy enfermera por vocación. Creo que en esta vida todos tenemos un camino y un destino. Mi camino fue ayudar, consolar y sostener. Si volviera a nacer escogería mil veces mi profesión.
ORGULLOSA DE SER ENFERMERA.


Desde la redacción queremos dedicar estas palabras a una mujer que, con su bata blanca, sirve a la sociedad con la misma entrega con la que otros lo hacen en el campo de batalla. Una mujer que no eligió la comodidad, sino la vocación; que no eligió los focos, sino el deber. Y que además, como si no le bastara con sostener vidas en un hospital, decidió sellar su compromiso con el gesto más solemne que puede hacer un español: jurar bandera.


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Jurar bandera no es un trámite ni una ceremonia bonita para la foto. Es un acto que hunde sus raíces en la historia, en la honra y en la sangre. Significa prometer, ante Dios o ante la propia conciencia, defender a tu patria y a los tuyos incluso con la vida. Es decir: “Si llega el día, mi cuerpo será la última muralla”. Quien jura bandera entrega lo más alto que tiene: la palabra de que no desertará jamás.


En tiempos de descreídos y tibios, ese gesto parece un anacronismo. Pero no lo es. Es la forma más clara de decir: “Aquí estoy. Me debo a los demás. No huyo, no cedo, no me vendo”. Y Gema Nogales, que ya demuestra cada día su compromiso con la humanidad en un hospital, decidió también hacerlo ante la bandera, en un juramento que no caduca ni se negocia.


Porque hay muchas maneras de servir, pero todas parten de lo mismo: la vocación y el honor. Y ella encarna ambas palabras con la misma naturalidad con la que otros respiran. Cuando cuida a un enfermo, cuando acompaña a una familia destrozada, cuando enfrenta el miedo en una pandemia, cuando sostiene la mirada a la muerte… allí está su servicio. Y cuando planta su pie firme en tierra y jura la bandera, lo confirma de la forma más solemne posible: “De mí podéis fiaros. Hasta el final”.



Por eso, desde aquí, desde la palabra escrita que nunca es suficiente, solo podemos decirlo con la admiración que merece: hay gestos que dignifican una vida, y jurar bandera es uno de ellos. Hay vocaciones que sostienen un país en silencio, y la enfermería es una de ellas. Y hay personas que unen ambos caminos, convirtiendo la entrega en su manera de estar en el mundo. Ese es el caso de Gema Nogales. Y solo cabe rendir homenaje.

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