“Miláns del Bosch: la lealtad no prescribe”

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No todos los hombres se explican con biografías oficiales ni con medallas colgadas en el pecho. Hay vidas que no caben en los expedientes ni en los discursos. Vidas hechas de servicio, de disciplina y de silencio. José Joaquín Miláns del Bosch es uno de esos hombres.


Nació en Madrid, lejos del mar. Pero lo que forja a una persona no siempre es el lugar de nacimiento. Son las raíces, los recuerdos, las primeras veces. Y las suyas estaban en el norte, en una casona familiar de Santiago de Abres, en la parroquia de Vegadeo. Allí pasó los veranos de niño. Allí aprendió que el olor a salitre se pega a la memoria más que cualquier lección de escuela. Allí descubrió que la ría del Eo no separa: une. Une dos orillas, dos tierras, dos maneras de mirar el mismo horizonte.


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El resto vino después. Una vida entera marcada por el uniforme. Destinos duros. Responsabilidades que pesan. Ascensos paso a paso, sin atajos. Del joven oficial que aprende a obedecer al coronel que debe mandar. Años de rigidez, de exigencia, de noches largas en lugares que no figuran en los folletos turísticos. Años de entregarse al deber.


Pero siempre había un regreso, aunque fuera breve. El Eo lo llamaba de vuelta. Ribadeo era el refugio. Los amigos, las playas, los recuerdos de infancia, la memoria de su madre. Aquí, en la orilla de esta ría azul, se recuperaba del ruido. Aquí entendía que la vida era más que órdenes y partes oficiales. Aquí encontraba la calma.


Ahora ha vuelto para quedarse. Con los años de servicio cumplidos y la tranquilidad de quien ya no rinde cuentas a nadie más que a sí mismo, ha regresado al lugar donde todo empezó. Y lo ha hecho con otra arma colgada al hombro: una cámara.

Porque Miláns del Bosch no dejó de ser soldado. Cambió el frente por el objetivo. Cambió las órdenes por la luz. Cambió el rigor de los partes por la precisión de las imágenes. Y cada fotografía que dispara no es un simple paisaje: es un acto de memoria. Es un puente tendido a quienes viven lejos y sienten el tirón de la morriña.


Su mirada es doble. La del hombre que aprendió la dureza de la disciplina. Y la del artista que aún se asombra ante un amanecer en As Catedrais, ante el reflejo del sol en la ría, ante la calma de Castropol dormido. Esa mezcla convierte sus imágenes en algo más que postales: son poemas visuales. Son cicatrices convertidas en belleza.


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Lo siguen miles. Cuarenta mil personas esperan en sus pantallas la foto diaria, como se esperaba antes una carta que venía de ultramar. Y él responde con la paciencia de quien sabe que comunicar no es gritar, sino emocionar. “Sin emoción no hay arte”, dice. Y en él la emoción está intacta.


Ribadeo lo tiene ahora como vecino permanente. Camina por sus calles con calma de veterano, saludando con respeto la Torre de los Moreno como quien pasa revista a cuatro viejas guardianas de piedra. Participa en las fiestas patronales recordando los gigantes y cabezudos de la niñez, los bailes de juventud, los cubatas de entonces. Hoy observa con otra mirada: la de quien sabe que el tiempo corre, pero que cada instante merece ser salvado en una fotografía.


Podría descansar, entregarse a la vida tranquila. Pero no lo hace. Busca rincones nuevos con su coche. Estudia violín. Responde a los comentarios de sus seguidores. Retoma la pintura. Vive con la misma disciplina que en el pasado, solo que ahora el deber no se lo impone nadie: se lo impone él mismo. Quien ha servido de verdad nunca se jubila del todo.

La historia de José Joaquín Miláns del Bosch no necesita adornos. Basta decir lo esencial: sirvió, cumplió, resistió. Y ahora, en la calma, convierte su experiencia en arte. Lo que otros olvidan, él lo inmortaliza. Lo que el tiempo amenaza con borrar, él lo rescata con un disparo de cámara.


Al final, todo lo vivido fuera parece un largo paréntesis. El verdadero destino era este. El Eo, con su luz cambiante, sus cielos imprevisibles y su memoria intacta.

Y allí, entre Galicia y Asturias, entre disciplina y sensibilidad, entre pasado y presente, José Joaquín Miláns del Bosch sigue en pie. Ya no como coronel. Ahora como testigo. Como poeta de la imagen. Como hombre que entendió que, después de todo, lo único que queda es permanecer.


Entrevista al Ilustrímo SR Coronel D.JOSÉ JOAQUÍN MILÁNS DEL BOSCH Y JORDÁN DE URRÍES


1. ¿Qué pesa más con los años: las estrellas del uniforme o la memoria de los sitios donde estuvo?


- El uniforme, aunque en la actualidad ya no lo use, siempre lo llevaré puesto, porque un militar será militar todos los días de su vida, aunque esté retirado. La profesión castrense es una forma de vida y esa manera de pensar, de obedecer y mandar, de practicar las virtudes y valores que te han enseñado e inculcado, en definitiva, de servir a los demás, continúa más allá del servicio activo de un militar, ya sea soldado o coronel. Y eso siempre marca, de alguna manera, la forma de actuar en la sociedad. Las estrellas es lo que menos importa, es un valor añadido. Lo que permanece es el orgullo y dignidad de haber usado el uniforme sirviendo a España.

Mientras eres joven, solo piensas en el presente, en disfrutar y desarrollar bien tu vocación militar, en formarte y actualizarte en cursos o academias y estar siempre capacitado para cuando tengas que cumplir la misión que te asignen. Ahora, ya un poco mayor y fuera de cualquier actividad militar, comienzan a aflorar entre tus pensamientos los recuerdos de tu vida militar a través, sobre todo, de experiencias obtenidas durante las misiones fuera de España en la que he tomado parte. Solo recuerdos, no suelo hablar de ellos ni con mis familiares ni con amigos.


2. ¿La disciplina se deja en el cuartel cuando uno se jubila, o se mete bajo la piel para siempre?


- En una institución jerarquizada como es el Ejército, la disciplina es el pilar fundamental de la vida militar. Gracias a ella se garantiza la obediencia y el cumplimiento oportuno de las órdenes, lo que resulta vital en situaciones de riesgo o combate. Al mismo tiempo, fomenta la cohesión y el trabajo en equipo, permitiendo que una unidad actúe con coordinación y eficacia. También asegura que cada militar mantenga autocontrol, seguridad y profesionalidad, cualidades indispensables para el éxito de las misiones y el prestigio de la institución.

Esta disciplina aprendida y desarrollada durante la vida militar también es muy importante en la vida civil, ya que permite organizarse y cumplir con los compromisos. Además, fomenta hábitos positivos, como el orden, la puntualidad y la responsabilidad, que son fundamentales en el ámbito personal. Asimismo, fortalece el respeto por las normas y favorece la buena convivencia dentro de la sociedad. Por esta razón la disciplina es una virtud que se ha de ejercitar día a día. Para mí no resulta difícil después de haber estado 44 años de servicio activo en las Fuerzas Armadas practicándola.


3. ¿Se puede servir sin sacrificar momentos familiares?


- Servir en el Ejército implica normalmente sacrificios, y uno de ellos es no poder estar todo el tiempo que quisiera uno con la familia y perderse algunos momentos familiares debido a las exigencias del deber, pero se llega a valorar más cada instante compartido. El equilibrio se logra con apoyo y comprensión mutua. La familia constituye un pilar fundamental en la vida de un militar porque representa apoyo emocional, estabilidad y motivación, lo que le permite enfrentar los sacrificios y obligaciones propios de la profesión militar. La conocida expresión coloquial en el ámbito militar del “todo por la patria” refleja el compromiso absoluto del militar con su país, con sus satisfacciones y también con sus sacrificios, pero el aliento y apoyo de la familia es fundamental para sobrellevarlos.


4. ¿Qué aprendió en los destinos más duros que no enseñan los manuales?


- Yo diría que los destinos, entendiéndolos dentro del territorio nacional en las diferentes unidades que conforman el Ejército, no son duros porque representan la vida militar en los cuarteles en tiempo de paz, algo a lo que se aprende día a día con el objetivo de instruir y adiestrar lo mejor posible a los mandos y tropa subordinados para estar preparados en las mejores condiciones ante cualquier eventualidad u órdenes superiores. No hay que olvidar que, aunque el material militar y sistemas de armas sean cada vez más sofisticados, sin el empleo óptimo y la moral de quienes lo manejan no sería posible la eficacia de su empleo. Mi paso por la Legión de joven teniente constituyó una escuela de aprendizaje de la dureza de la vida militar.

No obstante, las llamadas “misiones de paz” o “misiones en el exterior” (fuera del territorio nacional) son las más duras, por calificarlas de alguna manera, no solo porque estás un mínimo de seis meses fuera de tu casa sin contacto con tu familia sino por el riesgo que lleva consigo desplegar y operar en un país donde hay guerra, ha habido guerra o carezca de estabilidad y seguridad. En estos escenarios el soldado no va a “combatir” directamente, sino a proteger civiles, garantizar ayuda humanitaria y mantener el orden y seguridad. Esto exige contención, disciplina y sentido común, lo cual es mentalmente más exigente que un enfrentamiento directo ya que pueden existir situaciones cambiantes y hostiles en las que facciones armadas, grupos extremistas o intereses en conflicto pueden atacar a las fuerzas internacionales.

En mi caso particular, en que he participado en diferentes misiones en la guerra de Bosnia, Kosovo, Iraq o Líbano, he vivido momentos difíciles que no sabía cómo iban a terminar y he visto situaciones humanas muy impactantes. Pero sabemos a qué vamos y el riesgo de perder la vida en cumplimiento de la misión asignada es inherente a la condición del militar. De todas estas misiones me llevo la experiencia personal de todo lo vivido y visto, que me ha mejorado como ser humano. En este sentido no fue fácil para mí haber contraído un cáncer de lengua en mi primera misión durante la guerra de Bosnia-Herzegovina, en 1993.


5. ¿Qué se pierde primero en la vida: ¿la inocencia, la fe en los hombres o las ganas de luchar?


- Yo creo que lo primero que se pierde en la vida es la inocencia, porque con la experiencia uno comprende que el mundo no siempre es justo ni sencillo. Sin embargo, considero que no se debe perder ni la fe en los hombres ni las ganas de luchar. La fe en los demás puede verse golpeada por las decepciones, pero siempre habrá ejemplos de solidaridad y nobleza que la mantienen viva. Y las ganas de luchar, en mi opinión, deben ser lo último en perderse, porque son las que nos permiten levantarnos frente a cualquier dificultad y seguir adelante.

La vida pasa rápido y solo se vive una vez. Ahora, fuera del Ejército, es como si comenzara una segunda vida. Como se dice coloquialmente, “soy dueño de mi horario y capitán de mi destino”. Es tiempo de desarrollar mi creatividad y mis inquietudes artísticas, que siempre he tenido, como la música, escritura, pintura, fotografía...y alguna cosilla más. Nunca es tarde.


6. ¿Qué significa volver al Eo después de todo lo vivido? ¿Es regreso o rendición?


- El Eo y su comarca fue mi lugar de pasar los veranos desde que nací. Aquí aprendí a conocer los animales del campo, a amar la naturaleza, a descubrir la tranquilidad del río y el misterio de los caminos desconocidos. Entre prados surcados por la ría y montes que la rodeaban fui entendiendo el valor de la sencillez y el amor y respeto por esta tierra. Cada verano era una experiencia distinta y gozaba de la alegría de las fiestas locales, el calor de la gente de los pueblos y de los veraneantes habituales que, haciendo pandilla con chicos y chicas de edad similar, disfrutábamos de las vacaciones estivales. En esta comarca no solo crecí en edad, sino también en espíritu, y conservo aún la certeza de que en lugares como este se encuentra la esencia de mi vida. Tenía muy claro que cuando me jubilase viviría esa segunda vida de la que antes he mencionado en esta zona. El Eo, al que yo a veces llamo “verso sin consonantes”, es mi refugio donde me siento pleno y feliz.


7. ¿El tiempo cura o solo enseña a callar?


- Creo que el tiempo no siempre cura, pero sí transforma. A veces alivia las heridas y otras veces solo enseña a sobrellevarlas en silencio. Más que hacernos olvidar, el tiempo nos da perspectiva: nos enseña a aceptar, a callar cuando ya no hay remedio y a seguir adelante con más fortaleza. En ese sentido, el tiempo no borra lo vivido, pero sí nos enseña a vivir con ello. Como las olas y el viento sobre las rocas de la playa de “As Catedrais” (Las Catedrales), el tiempo no cura: esculpe. Moldea el dolor en silencio y lo transforma en fortaleza.


8. ¿Ha sentido alguna vez que lo más difícil no fue obedecer, sino mandar?


- Sí, en ciertos momentos lo más difícil no es obedecer, sino mandar. Obedecer exige disciplina y compromiso, pero mandar implica responsabilidad sobre las vidas y el destino de otros. Dar una orden no solo requiere autoridad, sino también criterio, empatía y firmeza, porque cada decisión puede tener consecuencias importantes. Por eso considero que mandar es un acto de mayor responsabilidad, donde el verdadero liderazgo se demuestra pensando siempre en el bienestar de la unidad y en el cumplimiento de la misión.


9. ¿Qué le dicen hoy las aguas del Eo cuando las mira al amanecer?


- Pues a pregunta poética, respuesta también poética. Hoy, cuando contemplo las aguas del Eo al amanecer, especialmente de su ría y de sus dos orillas, me hablan de paz y de memoria. En su fluir sereno de corrientes y mareas me recuerdan que la vida nunca se detiene, que todo sigue su curso a pesar de las dificultades. El reflejo del sol naciente sobre sus aguas me inspira esperanza, como una promesa de que cada día es una nueva oportunidad para empezar de nuevo, con humildad y gratitud.


10. Si tuviera que elegir una sola palabra para resumir su vida, ¿cuál sería?


- Si tuviera que elegir una sola palabra para resumir mi vida, sería “Servicio”, porque todo lo que he hecho, dentro y fuera del ámbito militar, ha estado guiado por la vocación de entregarme a los demás, a mi familia y a mi patria.

                          

  JOSÉ JOAQUÍN MILÁNS DEL BOSCH Y JORDÁN DE URRÍES

                                                (Coronel de caballería retirado)


Hay entrevistas que no se hacen desde el oficio, sino desde la memoria. Para mí, hablar hoy con José Joaquín Miláns del Bosch es mucho más que un acto periodístico: es volver al Líbano, a aquellos días en que servimos juntos bajo una misma bandera y una misma certeza, la de que el deber no se discute.

Han pasado los años, pero la esencia permanece. Ahora al mando de esta revista, Honor y Valores, confieso que hay orgullo en poder sentarme frente a él y escuchar sus palabras. No como espectador, sino como alguien que compartió polvo, calor y silencio de misión.


Y como chascarrillo, lo digo claro: no puedo leer la palabra retirado. Usía está siempre presente. Porque los que sirvieron de verdad jamás se marchan del todo. Llevan consigo la disciplina, la lealtad y la memoria, y las ponen al servicio de la vida civil como antes lo hicieron en uniforme.

Miláns del Bosch lo resume sin necesidad de adornos: sirvió, cumplió, resistió. Hoy dispara fotografías en lugar de órdenes, pero cada imagen es también una forma de servicio, un modo de rescatar lo que el tiempo amenaza con borrar.



Por eso esta entrevista no es solo un homenaje: es un reconocimiento a un hombre que nunca se rindió y que nunca se rendirá.

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